Los estados bicéfalos suelen terminar mal. El único punto en común entre Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner es que los dos quieren el poder. Esa compulsa arrastró al país a una situación crítica. Los dos lo saben, por eso aceptaron que Sergio Massa tome un rol central. Alguien que lleve la linterna en un oscuro e intrincado laberinto.
Para evitar la implosión del Frente de Todos, se necesitó a un primus inter pares. Esa figura es la que mejor le sienta a Massa, al menos para esta etapa. Pero Roma nunca pudo estar mucho tiempo gobernada por un triunvirato y es casi seguro que el tigrense buscará emular la estrategia de Octavio Augusto. Créanme, todo ya sucedió.
Con Alberto sin legitimación social, no hay triunvirato y el estado vuelve a ser un monstruo de dos cabezas. Cristina y Sergio también comparten un objetivo idéntico, quedarse con Roma. Donde dos voluntades antagónicas confluyen en un mismo punto, siempre hay conflicto.
Lo mismo sucedió entre el presidente y la vicepresidenta. El conflicto entre Cristina y Sergio llegará en algún momento; además de tener ambiciones incompatibles, ambos tienen ideas opuestas sobre la economía y la sociedad. Si el capitalismo y el populismo son las ideologías que hoy predominan en la Argentina y en América latina, Massa está más cerca del primero y Fernández de Kirchner del segundo.
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Digamos que, desde el punto de vista económico, hay dos clases de personas: las que tienen un sobrante y las que padecen un faltante de recursos. Los ricos y los pobres. La meta de todo sistema económico es que haya cada vez menos pobres y cada vez más ricos, al menos eso sería lo lógico.
Pero hay dos caminos para buscar esa meta. Uno es crear condiciones para que a los ricos les sea negocio invertir el sobrante en su país, de modo tal que, al hacerlo, generen nuevas fuentes de trabajo para los pobres, reduciendo así su número hasta que todos o casi todos ellos crucen, finalmente, la barrera que los posterga.
Cuando la gran mayoría de los pobres de un país pasa a tener un sobrante, ese país deja de ser subdesarrollado para integrar el lote de los desarrollados. Recorrer este camino es la propuesta del capitalismo. De los Estados Unidos a Australia, de España a Polonia, de Suecia a Marruecos, el capitalismo ha sido el camino del desarrollo económico.
Pero el camino capitalista tiene un problema: como es largo porque debe beneficiar primero a los ricos y sólo después, a través de sus inversiones, a los pobres, requiere tiempo. ¿Tendrá tiempo Massa? ¿Quién dotará de paciencia al populus?
Entre otras cuestiones, el desaliento ante la larga espera del capitalismo explica la irrupción del populismo. En un país donde hay pocos que tienen un sobrante y muchos que padecen un faltante, la fórmula del populismo es aliviar en poco tiempo a los que están peor transfiriéndoles de inmediato los recursos de los que están mejor. Esta colosal transferencia de ingresos, que se logra con impuestos y subsidios, alivia por un tiempo a los pobres, pero, al bloquear los negocios de los ricos, los induce a no invertir y a enviar lo mucho o poco que les queda al exterior, en busca de algún país capitalista.
Si bien mejora en una primera etapa la suerte de los pobres, el populismo se queda al poco tiempo sin recursos debido a la deserción de los ricos. En una segunda etapa, por consiguiente, los pobres tienden a multiplicarse. En el largo plazo, el país sometido a la fórmula populista se convierte en una inmensa fábrica de pobres, demandando cada día más asistencialismo y logrando cada día menos inversiones.
La grieta en Argentina es producto de un estado bicéfalo entre el capitalismo y el populismo. Al monstruo de dos cabezas, al igual que en la mitología griega, se lo descabeza con liderazgo. El país no tiene un líder, cada uno de los refrentes políticos lideran sus propios sectores.
El cuadro del oficialismo siempre es más grande, es el que acapara la mayoría de las miradas porque es justamente donde están los actores que gobiernan. Pero el lienzo donde se exhibe la oposición es más terrorífico, allí está la Hiedra de Lerna, aquella serpiente de múltiples cabezas salida del inframundo. Juntos por el Cambio es policéfalo, imagínense otro desgobierno como el de Mauricio Macri.
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“Misiones tiene una conducción clara, a partir de una línea bien definida, con objetivos muy claros de parte del ingeniero Carlos Rovira”, contestó Oscar Herrera Ahuad cuando en radio Mitre una periodista intentó comparar a Rovira con Cristina Fernández de Kirchner. También explicó que “cuando hay una conducción política hay certezas y la población quiere certezas porque le da mayor estabilidad y posibilidad de construcción a futuro”. Digamos que es justamente lo que no hay en el Gobierno nacional.
Entre otras cuestiones, el líder se caracteriza por componer, acercar a las partes, buscar acuerdos, crea equipos que trabajan por un fin común. Y si es necesario, toma decisiones que son inapelables por el resto de las partes, muchas veces dictando fallos salomónicos, ejerciendo la difícil tarea de la soledad del mando.
Podrá gustar más o menos, pero la realidad es que Rovira lidera el escenario político de la Tierra Sin Mal desde diciembre 1999. Lo hace con el consenso de sus pares y con el apoyo de la mayoría de la ciudadanía a través de las sagradas urnas.
Es difícil entender que eso suceda en un país como Argentina. Después de 26 años de periodismo, la mayoría de ellos ejerciéndolos en medios nacionales, entiendo que muchos colegas de Buenos Aires relacionen el liderazgo de un estadista con prácticas feudales. Rovira no es un señor feudal ni un capanga de la política.
Quien medianamente conoce los olores de la cocina del poder político del Frente Renovador de la Concordia, sabe que Closs, Passalacqua y Herrera Ahuad no son lo mismo. No piensan lo mismo. Más allá de lo que se vea en las fotos, hay discusión. Hay internas, y si la cosa va sobre rieles es porque hay un conductor, alguien que ejerce el liderazgo para que todos lleguen a un acuerdo, alguien que gestiona con habilidad las diferencias y los puntos en común.
Un Estado sin un monstruo de dos cabezas. Ni capitalismo a ultranza, ni populismo excesivo. El justo medio aristotélico. Una tercera opción.
Desde hace tiempo, Massa viene representando una tercera opción, hasta ahora en clara minoría. La pregunta es si Massa podrá ejercer el liderazgo que necesita el país. El paso previo es convertirse en líder.
La situación económica y social conforman una geografía sinuosa, un territorio hostil, y las agujas del reloj soplan la nuca del superministro. ¿Podrá Massa ser el Hércules que derrote a la Hiedra de Lerna? ¿Cristina Fernández de Kirchner lo ayudará como Yoloa ayudó a Hércules? |