Por Juan Báez Nudelman
De las muchas experiencias artísticas que se suceden todo el tiempo aquí en la Tierra sin mal, la de Patricio Diblasi sin dudas resalta por su singularidad. Diseñador, ilustrador y entusiasta de muchas técnicas, su obra puede verse en las paredes del bar Salvaje, donde trabajó junto a Matías Rivas, y en diversos rincones de la ciudad. Banksy y Kowalski encontrarían puntos en común dentro de lo que propone el artista. Lo que aparece claro y rotundo es un mensaje, aunque encriptado, en cada uno de sus cuadros, una forma de comunicarse con el otro a través de la imagen.
Para Diblasi, la etiqueta de artista se le fue asignada por “una forma de ver el mundo”, al menos eso considera para sí mismo, que se trata de “una forma de estar”. Y que más allá de lo que vivimos día a día, y de la sensibilidad que todos poseemos, nuestra capacidad de conmovernos, él busca en particular “hackear algo de la realidad”. El juego aparece en las fronteras entre lo real y lo posible, lo que está dado y lo que se puede imaginar.
Y desde allí, más allá de la técnica dice Patricio, “hay una utopía de descubrir algo nuevo en el proceso” de lo que hace. Luego de atravesar la barrera de la subsistencia, de sobrevivir, se pregunta: ¿y ahora qué? ¿Qué se hace después? ¿Cómo podemos comprender lo que sucede alrededor a través de las herramientas que tenemos? Pueden parecer preguntas sin resolución, pero funcionan como disparadores en su obra, al artista le sirven para “encontrar nuevas sutilezas de la realidad”.
Lo que siempre está presente en su estilo es la implícita sugerencia de un mensaje, una idea disruptiva. De los materiales tan diversos se forma un collage, que combina stencils con recortes de libros, dibujos a tiza, pintura tradicional y hasta ciertas figuras precolombinas. Lo que sugiere es un caos ordenado, elementos que confluyen desde un lugar totalmente diferente al que nos acostumbran los algoritmos de las redes sociales, pero que podría funcionar como tal.
Así surgió uno de sus trabajos fotográficos, por ejemplo, influenciado por Proyecto Carteles, que tenía que ver con registros de las paredes en Posadas, los mensajes que se dejan en graffitis y esa superposición. Su primera intención fue la de un poema visual, que contuviera y se componga a través de esas frases, sin embargo nada de todo eso le cerró. Pero cuenta que Maticus Rivas, un colega con quien suele trabajar, lo invitó a intervenir el espacio de Salvaje, en ese entonces un nuevo bar que apostaba a ofrecer una experiencia diferente y ellos podían crearlo. “Yo tenía tantas fotos de la ciudad que fui juntando que me encontré con una secuencia, con una serie que se volvió importante para mí, todo además influenciado por un texto llamado Imaginario Urbano, que tenía que ver con las huellas que la gente deja en una ciudad a través de esos garabatos y mensajes” cuenta. Dicha obra ahora forma parte de las paredes de Salvaje.
Así, más allá de qué y cómo, Patricio habita e interviene los espacios, los vuelve propios a través del hacer creativo. El mensaje puede verse en lo particular y en el conjunto de la misma manera, con una identidad sólida y muy definida. No es poca cosa, muchos quisieran pasar toda su vida buscando que lo suyo sea timburteano, spinetteano, a lo Tarantino o con la voz en off de un Scorsese. Para Patricio funciona desde lo genuino, y en ese andar se considera a sí mismo bastante neurótico en su proceso: “hay algo de exponerse, un poco de ego, comunicar lo que estoy haciendo porque podría hacer sólo para mí pero me gusta ver qué pasa con la mirada del otro”.
Su último proyecto se llama Imprime deseo y surge de esa idea: “¿cómo sería poder hacerlo? ¿Cuál sería el resultado? No lo tengo muy claro pero me interesa desarmar la idea de qué es lo que queremos, desarmar el deseo, aquello que es legítimo y lo que funciona como escapismo, intuyo que son pocas cosas las que realmente queremos, o al menos me pasa a mí, desde lo personal, que no lo tengo en claro”. A la vez, su curiosidad lo ha llevado a posar su mirada sobre la potencia de la Inteligencia Artificial, con la que se muestra optimista y receptivo: “es una herramienta más, no podría reemplazar la maquinaria humana”. La lógica lleva a pensar que algo de esta conjunción dará por resultado más obras a futuro.
Sobre su idea de éxito, lo primero que menciona es “tener tiempo”. “Más allá del deber, de la idea del trabajo y el servicio y todas esas cosas que aparentemente tenemos que hacer para otros, quizá sea poder seguir esa línea de dar un servicio que retroalimente, que me haga sentir que no estoy perdiendo el tiempo, que no quiero terminar de hacer lo que tengo que hacer para luego ir a hacer lo que quiero” concluye.