Quizá parezca una iniciativa que pasó desapercibida, pero es en realidad un espacio independiente. El Museo de la Triple Frontera es uno de los diez ganadores de la beca a la investigación artística del Proyecto Ballena 2021 del Centro Cultural Kirchner. Se define como “un espacio artístico, nómade y colaborativo de deseo, goce y pensamiento contemporáneo acerca del territorio de la triple frontera” y existe gracias al recorrido artístico de su gestor Nicolás Rodríguez Sosa.
Nicolás nació en Posadas en el 89’, desde pequeño le gustaba dibujar y siendo parte de una familia de arquitectos, lo más orgánico parecía optar por seguir los pasos. “Habité mi adolescencia misionera y así, como una estrategia de supervivencia, decidí irme a los 18 con una idea de estudiar en otro lado y la típica promesa de éxito con la que nos educaron”.
Pero pronto su interés se tornó hacia las artes, y Córdoba fue un lugar donde poder pensarse diferente y entre otras cosas, “salir del closet”, tener más fricciones con muestras y obras de teatro, hasta imaginar que podía dejar su carrera para dedicarse a la escenografía. De todos modos, Nicolás estaba a unas pocas materias de terminar y se encontraba, a la vez, trabajando en prácticas escenográficas. “Mi primer acercamiento fue a lo escénico, de chico era de lo poco que había visto y me parecía extraordinario”
Una vez terminada la carrera, el camino siguió su veta artística. Luego de 7 años de estudiar arquitectura, comenzar a dedicarse a su parte creativa significó la construcción de su cambio a través de su nueva identidad. “Ahí siento que hay un relato marica en todo eso, la idea del desvío, la idea de la deriva. Mi práctica fue gestándose sin objetivos claros”.
De Córdoba se mudó a Buenos Aires por una maestría en artes, la excusa perfecta para “un ñoño que siempre le gustó leer mucho” que terminó siendo una llave de acceso a la experimentación. “Esto no fue hace mucho, igual, creo que 2016 y 2017 fueron claves para tomarme la cuestión en serio, no estoy hace mucho en esto. Veo amigos y colegas porteños que a los 18 empezaron a estudiar, a los 25 hicieron su primera muestra y a los 30 ya están consagrados, una construcción de los artistas muy propia de los centros hegemónicos”.
La investigación en las artes performáticas lo llenaron de información, y las consignas que surgieron de sus estudios lo llevaron a registrar mucho material y lograr cinco ensayos definidos en un año. “Lidiaba con esa idea del deber ser artista, la pregunta de si me podía llamar así y quiénes pueden llamarse artistas. Luego surgieron las piezas performáticas, me dediqué puramente a eso. En 2019, de nuevo, hablamos de 3 años atrás, me dieron un fondo nacional para la creación de artes visuales y tengo el recuerdo de largarme a llorar por haber logrado una validación artística que no había venido de mi familia ni de ninguna institución”. Al mes, también ganó un premio de estímulo por su trabajo de performance.
El salto, según Nicolás, fue “exponencial” y la seriedad de su dedicación “comenzó a ser acorde a lo que se requería de mí como profesional. Yo nunca tuve la presión de estar o no a la altura, para mí siempre se trató de hacer e investigar porque nunca tuve un lugar a donde llegar. No fantaseaba con exponer en el Malba, me movía mi propia curiosidad”.
El reconocimiento le valió la inclusión en convocatorias y formas de continuar en la materialización de su nuevo oficio. “Yo tengo muchas obras que devienen en videos, pero los procedimientos varían, también he utilizado esculturas rotas que tiraban mis vecinos en Boedo. Siento que el Museo (de la Triple Frontera) es parte de mi obra y viene de todo este recorrido desde lo performático”.
La idea de este espacio en el que trabaja actualmente Nicolás Rodríguez Sosa está compuesto por estos elementos que tienen que ver con su desvío profesional, su filosofía queer y el ser habitante de la frontera. En sus palabras, se propone “pensar desde otro sistema de creencias y lógicas nuestro territorio, un diálogo entre cultura y naturaleza, qué es el arte, entre otras cosas”. Según explica, llevar a cabo un museo que no pertenezca a una provincia, una nación o un municipio tiene que ver “poder repensar las identidades fijas, desde ahí apareció también la idea de lo transfronterizx”.
En esto también cabe la relectura de nuestra historia, según el artista, se trata de “interpretar nuestra identidad a través de la disputa de este territorio y los movimientos que eso ha generado. Por eso también el proyecto es un museo, por el patrimonio que poseen a diferencia de otras figuras y me interesa la idea de un patrimonio colectivo”.
Según Nicolás, es posible “pensar las obras de los artistas que han pasado, un traje que utilizamos para la marcha del orgullo, entre otras cosas, como la materialidad para discutir nuestra identidad como territorio”. El Museo de la Triple Frontera, para Rodríguez Sosa es, en síntesis: “un lugar donde los artistas podemos contar nuestra propia historia”.