Por Fernando Oz
Ustedes disculparán, pero no puedo afirmar que los hijos sean más inteligentes que sus padres, tampoco puedo sostener lo contrario. Hubo reyes que se destacaron por su sabiduría y príncipes que lo hicieron por su estupidez, también ha ocurrido lo contrario.
Más bien soy de los que creen en el hombre y sus circunstancias. El sujeto frente al mundo que le toca. “Yo soy yo y mi circunstancia”, escribió Don Ortega y Gasset en Meditaciones del Quijote (Cuarto párrafo, pág. 87. Editorial Alianza. Acá no hay Wikipedia).
El cuento viene a que desde hace semanas vienen machacando con el pase de José Luis Pastori a la Renovación. Algunos creen que lo hizo porque es más inteligente que su padre, Luis Mario, quien se mantiene firme y con porte estoico en el radicalismo. Otros dicen que su salto en garrocha fue por treinta siclos de plata, como Judas Iscariote.
Todo me parece un remake de una película que está por cumplir 20 años. Los insultos que recibe hoy José Luis son los mismos que recibió en su momento Maurice Closs y Joaquín Losada cuando dejaron el radicalismo para apostar a un nuevo espacio político.
No creo que Don Moncho Closs haya sido más o menos inteligente que su hijo. Era un hombre de su tiempo y no tuvo problemas en abrirme las puertas de su casa en las épocas en que le contaba las costillas a él y a su hijo. Tuvimos una charla extensa, interesantísima.
A Mario Losada lo conocí mucho más y le tuve un gran aprecio. Recuerdo un día que hacía un frío del carajo y me encontraba en la puerta del Senado haciendo una guardia junto a otros colegas, en esas estaba hasta que vino un tipo y con cierto disimulo me dijo al oído: “el senador Losada me mandó a buscarlo”. Cuando entré al despacho, Marito me recibió con un mate. “Estaba viendo TN y vi que estabas ahí, acá vas a estar más caliente”. Así era él.
Luis Mario Pastori siempre me pareció un señor. Equivocado o no, un señor. El guitarrero de Los Junqueros nunca le escapó al debate y jamás dejó de atenderme, incluso cuando sabía que era para zarandearlo.
Ni se me ocurriría pensar que Maurice, Joaquín y ahora José Luis hayan “corregido el camino familiar”. Lo que sí parece quedar claro es que desde hace veinte años el radicalismo de la Tierra Sin Mal no logra captar el voto de las nuevas generaciones, algo que sí supo hacer la siempre evolutiva Renovación. El dato es claro y se lo ve en las urnas. Ya hablé al respecto en una columna anterior.
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Creo haberles contado alguna vez que mi madre es bióloga, especialista en microbiología, y que en el living de mi niñez siempre hubo más espacio para las bibliotecas que para sillones y mesitas. Muchas veces la cocina se convertía en un improvisado laboratorio donde ella y sus alumnos diseccionaban pequeños animales o clasificaban insectos. Será por eso que me gusta escuchar más a los científicos que a los políticos.
Hace poco leí un artículo de The Independent sobre un estudio científico realizado por investigadores de la Universidad de Glasgow donde indica que es la genética de la madre la que determina la inteligencia de sus hijos. La clave parece estar en el cromosoma X, la mujer tiene dos y el hombre uno.
Los científicos explicaron que las células con genes paternos se acumulan en el sistema límbico, más bien vinculado a las funciones alimenticias, sexuales, incluso a la agresión. En cambio, la mayor carga genética de la madre va a parar a las funciones cognitivas, lo vinculado al razonamiento.
Los ratones que tenían los cuerpos más grandes y menos corteza cerebral tenían más genes paternos. Los que lideraban el asunto eran los más inteligentes, cabezones y con cuerpos más pequeños, todos ellos con una mayor dosis genética proveniente de la madre.
Pero hubo otro apoyo al estudio. Una serie de más de doce mil entrevistas a jóvenes entre 14 y 22 años. Los investigadores tuvieron en cuenta desde factores educativos hasta socioeconómicos. El resultado fue similar al de los ratones de laboratorio: El coeficiente intelectual de la madre fue el patrón determinante.
El estudio es más profundo, pero en resumidas cuentas la cosa es así. Una investigación anterior, de la Universidad de Washington, apunta a la misma conclusión, aunque fue abordado desde el análisis de las emociones. Los niños con mayor presencia materna mostraban un hipocampo más desarrollado.
Siempre dije que las mujeres son más inteligentes. Nosotros podremos ser más veloces, pero ellas tienen más resistencia y la prueba más contundente es la propia historia.
Y tengo una munición más en la recámara. Los científicos de Glasgow llegaron a otra conclusión, la inteligencia no depende únicamente de la genética. La cuestión hereditaria sólo depende entre el 40 y el 60 por ciento. Clavémonos en la mitad del vaso, el resto depende del medio ambiente en donde se crie la criatura, es decir un cúmulo de factores socioculturales, el contexto histórico en el que se ve envuelto.
Ahí es donde entra Ortega y Gasset. El yo y su circunstancia. La aventura del hombre. Las cosas, la realidad circundante forma parte de la otra mitad de mi persona. Vivir es tratar con el mundo que nos rodea, actuar en él, ocuparnos de él.
No me animaría a decir si soy más o menos inteligente que mi abuelo. No me tocó estar como prisionero de los nazis en una mina de carbón en Ucrania, no sé cómo habría actuado. Tampoco me arriesgaría a pensar si soy más o menos inteligente que mi padre. No me tocó sentir la picana en Campo de Mayo durante la dictadura. Lo que sí estoy seguro es que no permitiría que nadie dijera que corregí el camino de mis antecesores.
De todos modos, ya lo dijo Serrat: “A menudo los hijos se nos parecen”. Dejo su tema y subrayo el final de su letra.
Nada ni nadie puede impedir que sufran
Que las agujas avancen en el reloj
Que decidan por ellos, que se equivoquen
Que crezcan y que un día
Nos digan adiós.