Por Juan Báez Nudelman
Fifí Tango es un proyecto de la artista transfronteriza Fifí Real, que recorre el mundo con su música y shows únicos llenos de drama, o fuego y pasión como diría el Potro. Teatro, algo de performance, mucho de comedia musical, Liza Minelli, Tita Merello, está bien, son ingredientes increíbles y forman parte de este universo que ha creado Fifí. Ha pasado por teatros como el CCK, el Teatro Solís de Montevideo, el Maipo, recorrió por aquí y por Europa un sinfín de espacios con su arte. Arte de excelentísima ejecución, vale decir, de enorme técnica y soberbia producción. Todo muy Fifí.
Hay otra parte, otro condimento que tiene que ver con su génesis aquí en Posadas. Algo que tenemos en común por ser coterráneos, la chispa local, algo de Villa Blosset y Villa Cabello juntos. Territorios que habitó quien fuera alguna vez Moisés y que en la anécdota, van construyendo su identidad. Lugares hostiles también, porque la pertenencia en sus propios términos ha sido motivo de bullying y castigo. Fifí se define como una persona de género fluido, mutante, entiende que de alguna forma no se trata de cristalizar un proceso, sino dejarlo ser, dejarse ser. En el tango, encontró un género con muchos símbolos para resignificar y su repertorio a lo largo de su carrera fue cambiando también.
En nuestra charla, me aclara que no salió del closet, que fue más bien como hablar del elefante en la sala. “No tuve esa opción” dice, y así como sus referentes eran mujeres de su familia, Fifí no se miró al espejo de los gigantes hombres del tango nacional como Julio Sosa o Goyenetche. Encontró su inspiración en las novelas, la música de la siesta, las formas de su abuela, de su madre. Conoció también la estudiantina, y las reinas saludando desde las carrozas le movieron algo. Quiso entrar a la estudiantina, como mucha gente a su edad, pero por elegir tocar la cajita sus compañeros entendieron que había que hacerle notar esa diferencia.
Fifí vivió una de película cuando se animó a estar ahí. En los ensayos lo molestaban con una arenga que repetían siempre en la misma parte de un tema de la Industrial. Moncho gay, decían, también vió a padres de algunos estudiantes gritarlo cuando la broma de mal gusto se trasladó a las noches de los desfiles. La humillación en público y esa puesta en escena de su identidad son cosas que logró transformar para sí, pero que dolieron. También se hizo querer siempre, y sus redes afectivas fueron abriendo caminos para que pudiera encontrarse cantando tango cuir en los teatros del mainstream.
Pero cuando fue a Buenos Aires, lo curioso no fue sólo la forma (de polizonte, gracias a un colectivero que lo subió en la garita), sino que se dedicó a ser analista de sistemas. Claro, había estado en la Industrial, había hecho la formación de informática. Tenía todo bastante encarrilado por ese perfil, se perfilaba para continuar estudiando. Mientras tanto, amigos de amigos lo llevaron a las milongas. En paralelo, empezó a tomar clases de comedia musical. Ese ida y vuelta empezó a ocupar más tiempo que un hobbie. “Al tango lo tuve que descubrir metiéndome en la noche tanguera” cuenta. Conocer los nombres, de boca en boca por la dificultad de encontrar data en internet.
De allí la esencia, el estilo de la comedia musical le gustaba. Pero el tango le permitía habitar una forma de su cuerpo que además, venía en su propio idioma, un lenguaje más cercano a sus propias vivencias. “No podía entender un Cry me a river, porque podía intelectualizar que lo entendía pero no llegaba a los mismos lugares que Sarah Vaughan o Ella Fitzgerald” me explica. Pero con el tango también le pasaba que algunas cosas no las sentía, o no encajaban así tal cual para lo que quería proponer. Una vez, cantando Por la vuelta, cuenta que cambió un muchachita por muchachito y los cuatro guitarristas de dieron vuelta a mirarla. Así, la chispa de lo que es Fifí Tango y lo que hoy ha llegado a crecer.
Sobre su idea de éxito y hacia dónde se ve creciendo, dice que está “transicionando a rica”. Igual, también es estar en paz con su proceso y “conectar con el placer de que sucedan cosas copadas”. Dice que sus veinte y la primera parte de sus treinta han sido demasiado corridos y ha llegado a sentir cierto cansancio de esos ritmos. “Cada vez lloro menos al contar mi historia, antes lloraba de cansada” dice, y que decidió cambiar su actitud. “Este año (por el 2022) en el Teatro Solís me trataron por primera vez como una profesional, desde el trato hasta el pago, haber cumplido el sueño de estar ahí” valora por un lado, pero a la vez reconoce que ya no siente esas cosas de la misma forma que al principio.
A diez años de su carrera, sintió un poco de miedo de que eso no le pase, pero entendió que es su trabajo. Son gajes del oficio, “hago demasiado esfuerzo para no trabajar”, afirma entre risas. Sin embargo, suena la orquesta y recupera ese niño interior. En un momento, me mira fijo a los ojos y me dice que otro de los secretos para trabajar en esto es “poder entrar y salir del drama”. Habitar la tristeza, eso propone su tango en particular, el de nadie más. Y por eso, su mirada del éxito tiene que ver con reivindicar el placer. “A mí se me pegó el vicio de sobrevivir” dice con mucha claridad. “Hay una adrenalina en sobrevivir y por eso viajo” concluye.