Rodri Barboza o Barbarita Rodríguez, el arte de cambiar de piel sobre el escenario

Entre sus pasiones, eligió el transformismo para desplegar sus dotes teatrales y traer la periferia al centro de la escena. Creador de Club Queer y su alter ego Barbarita, te contamos la historia de un gran artista posadeño.

Desde pequeño, Rodrigo Barboza soñó con actuar y divertirse jugando a interpretar personajes de novelas y películas que miraba por la televisión. Amaba las producciones de Cris Morena, las entrevistas de Susana y todo lo que ocurría en la época dorada de los 90’. De grande, decidió que lo suyo era estudiar teatro y se animó a irse de Posadas para cumplirlo.

La adaptación no fue fácil pero ya había probado estudiar otras carreras y no había plan b. Comenzó a estudiar diseño industrial en la UBA y aunque no pensó que podía, logró ingresar a la Universidad Nacional de las Artes. Allí se dedicó a estudiar no sólo actuación, sino también una licenciatura en dirección. Además, cursó una tecnicatura de arte callejero en la Escuela Metropolitana de Arte Dramático (EMAD).

Se formó con maestros como el gran José Cáceres, que junto con otros referentes lo acercaron a una mirada antropológica de lo teatral. En los subtes apareció su primer acercamiento al transformismo, una forma de trabajar dentro de sus reglas y probar cosas nuevas ante un público siempre diferente. Con ídolos como Alejandro Urdapilleta, Humberto Tortonese y Batato Barea, le gustaba hacer homenajes y guiños a sus obras y personajes.

Sin embargo, no fue hasta la pandemia del 2020 y su regreso a Posadas que apareció su alter ego, Barbarita Rodríguez. Este personaje surgió de resignificar el acoso que recibía en la escuela secundaria por su orientación sexual. Siendo el único varón gay dentro de un colegio técnico, solía estar sujeto a las burlas de sus compañeros y su venganza más genuina fue la libertad de tomar esa identidad y hacerla propia.

Barbarita fue abriendo puertas que parecían estar cerradas en el momento que se fue de la capital misionera, hace muchos años. El escenario de la ciudad era diferente, se había ampliado el circuito cultural y aparecían nuevas voces, nuevas disidencias. No fue del todo voluntario, más bien tuvo que regresar para cuidar a sus abuelos “y devolverles toda esa libertad” que siempre le dieron. Aún así, la potencia de crear algo nuevo se hizo presente y así surgió Club Queer.

En principio, se trató de una obra de teatro que buscaba hacer una parodia de los programas de revista típicos de los 90’ y principios del 2000. El espectáculo funcionó muy bien, aprovechando las estructuras que tenían esos formatos para mostrar a las figuras del pensamiento queer, su arte y las perspectivas que existen desde la periferia. “Me gusta moverme por fuera de lo obvio” es algo en lo que enfatiza mucho Rodri a la hora de hacer.

Sus amigas y colegas lo convencieron de presentar el proyecto a diversos canales de televisión y así surgió la posibilidad de hacer un programa en UNaM Transmedia. De esa experiencia, se cristalizaron varios meses en los que realizaron varias ediciones del club, pudiendo llegar a distintos rincones de la Tierra sin mal a través de su trabajo creativo.

Por otra parte, Rodrigo valora mucho lo colectivo y más en estos tiempos difíciles para el sector cultural. Imagina un futuro de mucha lucha y concientización porque si bien admite que este país ha ganado muchos derechos para la comunidad LGTBIQ+, se trata de algo inédito en Latinoamérica que según él, “hay que aprovechar”. Por eso es que se dedica a eventos que tengan esa impronta solidaria, como el que harán este sábado en Casa Fuegah.

Sobre su idea de éxito, considera que tiene que ver con “no venderse” y mantener una lealtad a sus convicciones. Para él, de eso se trata la libertad que siempre tuvo para ser y hacer lo que se proponga. Eso y ver crecer al Club Queer y todos sus proyectos, ya que no se trata de “que te vean mil personas o sólo dos”, sino de poder conmover de manera genuina al público que elige compartir su arte.