Roberto Grismeyer: pensar la nueva masculinidad

Las nuevas corrientes feministas han cambiado para siempre la forma en la que construimos y miramos nuestra sociedad. Roberto Grismeyer se sintió interpelado por este movimiento y nos cuenta sobre las rondas de nuevas masculinidades que viene realizando.

Por Juan Báez Nudelman

La ola feminista vino a inundar el escenario, a patear un tablero y reubicar las piezas. Las cosas que empezaron a nombrarse bajo la denuncia en contra del machismo y la estructura patriarcal de nuestra sociedad fue como cambiar de lentes para ver con mayor nitidez lo que sucedía. Otras luchas también pudieron ganar terreno, como el derecho a la identidad para el colectivo LGTBIQ+, y sobre todo las discusiones en torno a nuevas legislaciones que den instrumentos para el cambio.

En todo ese contexto, el lugar del varón ha sido también parte de un infinito debate. Las primeras marchas del 8M generaron en las redes un montón de discusiones sobre si debían o no participar. Con el correr de los años el debate creció y se discutían formas en las que los hombres podían acompañar ese día sin imponer su presencia en las calles. Pero eso no es todo, las formas de los vínculos entre hombres y mujeres también modificaron sus códigos, provocando aún más confusión.

Roberto Grismeyer es psicopedagogo, tiene 28 años, vive en Posadas y desde su lugar, entendió que como varones, era necesario generar espacios propios de discusión. “Yo creo que tuvo que ver con acercarme al debate político y a la militancia” dice, aunque admite que su profesión lo lleva a observar, a poner la mirada crítica sobre las conductas y el manejo de las emociones. Le llamó la atención la resistencia que había entre hombres para discutir los temas de esta nueva agenda, tampoco había nociones de cómo ni dónde pararse, cuenta.

“Eras un varón que se sentía interpelado por el feminismo y al querer participar, lo hacías con toda esa impronta de varón, no sabías qué lugar ocupar y encima tampoco tenías a nadie de referencia” dice Roberto, y que desde ahí surgió la inquietud de abrir un espacio para discutir nuevas masculinidades. Por curiosidad y por estudio, empezó a encontrar perspectivas feministas que abordan específicamente el rol de los varones, conversó con referentes de Buenos Aires (Los varones antipatriarcales de CABA) y Córdoba que habían gestado espacios de discusión.

“Fue descubrir no sólo una posición, sino un tipo de análisis que hablaba específicamente de la psiquis social de los varones, eso fue clave, porque se problematizan las estructuras de opresión que ocurren sobre mujeres y disidencias pero sobre varones no hay nada, nosotros somos” explica. “Yo creo que el pensamiento se ha universalizado tanto hacia la perspectiva del varón que eso hace que el varón se sienta universal, que piense la sociedad a través de ese paradigma. Lo interesante es pensar al varón como un género, nosotros también aprendemos conductas, no somos lo que está dado por default”.

Así es que ocupamos los espacios también, según él, y al recibir cuestionamientos sobre nuestras conductas “hacemos agua”. Además está la cuestión de los diferentes tipos de violencia, Roberto considera que “muchas veces, al no identificar violencia explícita, nos desvinculamos, no nos hacemos cargo y bueno, quizá vos sos varón y no ejercés violencia física, entonces pensás que eso sucede en la vereda del frente, pero cuando pensás cómo somos criados y adoctrinados, podés reconocer que también estás en la vereda del frente”.

Roberto además piensa que para que nos formemos como varones hegemónicos la práctica de la violencia es constitutiva. “Nosotros competimos por un ideal de virilidad, tenemos que estar a la altura de esa masculinidad y la principal herramienta es la crueldad, de ahí surgen los problemas” dice y agrega: “cuando uno descubre que también tenemos mandatos como lo son los femeninos, te das cuenta de cuáles son los patrones de conducta”. Por otra parte, sugiere que los mandatos son de por sí crueles, los ítems son bastante claros: ser cis heterosexual, no mostrar vulnerabilidad, no demostrar miedo, ser activo, ser proveedor, fuerte potente, hipersexual. “Si ubicás todo esto en el tablero, no podés ser una persona que se conecte con lo que siente, y eso tiene graves repercusiones porque si a la violencia que eso genera lo asociás al mandato de ser potente, te volvés totalmente impulsivo” concluye.

Asimismo, el deber ser heterosexual construye de por sí identidades homofóbicas, transfóbicas, continúa Roberto. Lo que tiene que ver con la sensibilidad, la fragilidad, la vulnerabilidad, el miedo, está ligado a características del género femenino, por lo que comenta que “hay sub categorías dentro de la masculinidad que si se acercan a alguna de esas nociones, deben ser reeducados o van a estar por debajo”. Y si uno considera cómo se materializa este acto de “reeducación” en la vida cotidiana, rápido se pueden recordar casos actuales como ha sucedido con Emanuel Portillo en Azara o el mediático caso de Fernando Báez Sosa.

Roberto Grismeyer ha gestado una ronda de masculinidades en Posadas, un espacio itinerante que tiene el objetivo de generar encuentros y la posibilidad de discutir. Pronto arrancarán los encuentros del 2023. “Un gran desafío es desmantelar la complicidad entre nosotros, y traer nuestras vivencias para ponerlas en contexto, porque la violencia del acoso muchas veces es presentado así, sin contexto, parece desvinculado de las prácticas cotidianas y es clave tratar de ver dónde y por qué surgen”. Aunque sea incómodo, Roberto cree que es importante buscar en la autorreferencia, las soluciones y posibilidades de cambio.