Entre la apatía y los nuevos liderazgos políticos

Pocas cosas podrían ser más peligrosas que la falta de educación y el desinterés de los más jóvenes por la política. El divorcio entre la juventud y la vieja clase política genera un inhóspito y hostil sendero de incertidumbres. Karen Fiege, Lucas Romero Spinelli y la linterna que propone Alexis de Tocqueville.

Por Fernando Oz

Resulta que vengo siguiendo las elecciones brasileñas como si fuesen en la Tierra Sin Mal. Desde hace unos meses, incorporé al menú de lectura de la primera mañana dos o tres artículos vinculados a la pulseada entre Jair Bolsonaro y Lula Da Silva. No lo hago porque me gusten las playas cariocas, sucede que el futuro de la región depende, en buena medida, de lo que vaya a ocurrir en el país vecino, nuestro principal socio comercial.

En esas me encontraba el otro día cuando leí por allí sobre el crucial divorcio que hay entre la juventud y la clase política. El próximo 2 de octubre, el representante de la derecha intentará ser reelecto con 67 años y el líder de la izquierda intentará volver al Palacio del Planalto a días de cumplir los 77 años.

Pese a que ambos aventajan en las encuestas al resto de los nueve candidatos a la presidencia, todo hace suponer que la juventud no les confía ni a ellos ni al resto. El postulante más joven del pelotón es Leonardo Péricles Vieira Roque, un dirigente de 41 años de un partido de izquierda que se asomó en 2019, perdió en las municipales de 2020 y que ahora no tiene ninguna chance de ganar.

La cuestión es que en el electorado hay un gran porcentaje de bisoños y los políticos no saben de qué disfrazarse para llamar su atención. La radicalización de los discursos, ya sean de derecha o de izquierda, sólo prende entre los que de una u otra manera se encuentran buceando en el deteriorado sistema.

Hasta el momento, según leí en el diario O Estado de S. Paulo, se inscribieron poco más de 732.000 jóvenes entre 16 y 17 años para ir a votar. Se trata de la cifra más baja desde que en 1988 se modificó la Constitución para que pudiera votar esa franja etaria de manera voluntaria, ya que a partir de los 18 el voto es obligatorio. Otros medios de Brasil también destacan la preocupante y creciente apatía del electorado de menos de 35.

LA INCERTIDUMBRE Y LA EXTREMA DERECHA

La situación en Brasil no es muy diferente a la del resto del mundo. De todos modos, la apatía política parece ser una pandemia que afecta a los más jóvenes.

Hay varios motivos, algunos vienen de arrastre otros son relativamente nuevos. En España, según datos oficiales, hay 805.400 personas de entre 16 y 29 años que ni estudian ni trabajan. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) fijó que la tasa mundial de crecimiento de los “ninis” en el mundo en el 1,5% en 2020 en comparación con 2019.

Según los especialistas fue la crisis del Covid-19 lo que provocó un estancamiento en el crecimiento mundial del empleo en jóvenes. La falta de puestos de trabajo juvenil fue en 2019 un 8,2% inferior a la de 2020; mientras que el caso de los adultos (mayores de 25 años para la OIT) este déficit era menos de la mitad. Esa falta de certidumbre exacerba el desinterés.

Si no se trabaja en erradicar la apatía política de los más jóvenes, las cosas podrían transitar por un inhóspito y hostil sendero de incertidumbres. Ellos deberían ser los más sensibles a todo lo que afecta a su futuro y eso está hoy en manos de los políticos que rechazan, de los que consideran que han hecho de la política un balcón de intereses personales. Y el peligro, que es ya universal, es que puedan caer en la trampa de esa extrema derecha que coquetea hasta con el nazismo. 

NUEVOS ACTORES DE CAMBIO

Pero hay indicios alentadores. Inspiradores ejemplos de reivindicación de la integración y la diversidad. También hay una jungla de rancios modelos que se resisten al paso del tiempo. Nada nuevo.

Veamos. El chileno Gabriel Boric (36) es el presidente más joven de la región y su gobierno acaba de sufrir su primera derrota electoral. La semana pasada, cerca de un millar de jóvenes volvieron a protestar por las calles de Santiago de Chile para exigir mejores condiciones y fondos para la educación.

Los veteranos acusan al mandatario chileno de no tener experiencia política y de gestión como para estar en semejante cargo, incluso hasta vaticinan su pronta salida. Muy macanudos. La vieja historia de la pugna generacional, nada que no se encuentre en cualquier respetable biblioteca.

Qué opinarán de la finlandesa Sanna Marin, que acababa de cumplir 34 cuando fue elegida primera ministra –la más joven del mundo–, y al año estalla la pandemia. La comunidad mundial aplaudió la gestión que se realizó en Finlandia contra el Covid. Y este año, frente a la tibieza de otros, le mostró los dientes a Vladimir Putin cuando buscó ingresar a la OTAN mientras Ucrania ardía en llamas.

La vida Marin no fue nada conservadora. Nació en Helsinki, al poco tiempo su padre alcohólico abandonó el hogar y su madre formó pareja con una mujer. A los 27 se graduó como licenciada en Ciencias Administrativas y al año siguiente fue elegida presidenta del ayuntamiento de Tampere. Hoy sigue siendo primera ministra y, además, es presidenta de su partido.

Emmanuel Macron tenía 39 años cuando se convirtió en presidente de Francia. La misma edad que tenía Jacinda Ardern al asumir como primera ministra de Nueva Zelanda, y uno menos tenía el salvadoreño Nayib Bukele, quien asombró a la opinión pública al nombrar a su gabinete por Twitter.

Y qué me cuentan de Olexandria Ocasio-Cortez, la camarera mexicana que a los 29 años accedió a una banca en el Congreso de los Estados Unidos, la más joven en conseguirlo en la historia de ese país. Qué cara habrán puesto los republicanos el día que la inmigrante latina plantó las banderas del feminismo en el recinto.

Pero de todos los casos más recientes –porque les recuerdo que la historia está plagada de jóvenes atrevidos y valerosos– el que más ha llamado mi atención fue el del presidente Volodímir Zelensky, que asumió a los 41 años y nombró primer ministro a un abogado de 35. Cuando eso sucedió, Ucrania se encontraba frente a una paupérrima situación económica como consecuencia del extenso conflicto armado en el este del país y una terrible crisis de legitimidad política. Ucrania y Rusia llevan poco más de seis meses en guerra y Zelensky, junto a su joven gabinete, vienen resistiendo a Putin, que el mes que viene cumplirá 70.

En la Tierra Sin Mal, los jóvenes de la Neo-renovación, como la bauticé hace dos años, están abriéndose paso a un ritmo acelerado. Allí están saltando obstáculos los diputados Lucas Romero Spinelli, de 32 años, y Karen Fiege, de 29. No sé si serán los garantes de un mejor futuro, pero sí estoy seguro de que será diferente. Habrá que ver.

Pero ojo, no hagamos como Stalin que borraba de las fotos lo que sobraba para que el futuro no tenga ese lastre del pasado. Nada que nos deje huérfanos de memoria y experiencia puede ser bueno. Alexis de Tocqueville decía que cuando uno camina hacia el futuro sin la luz del pasado, termina caminando en tinieblas. Por eso es buena la mirada de los que acarrean las cicatrices del tiempo.

Pocas cosas podrían ser más peligrosas que la falta de educación y el desinterés de los más jóvenes por la política. Ellos deberían ser los más interesados en los graves problemas que siguen sin resolverse, simplemente porque les afectan más que a nadie, como el ardiente cambio climático, la nueva revolución tecnológica, la defensa de las libertades, el desarrollo cultural, y asegurarse un mañana sin guerras y con menos injusticias.

Por eso el mejor aporte que se puede hacer es educar a los niños para que tengamos mejores políticos. Hay que exigir educación, todo el problema se resuelve con cultura. El político de ayer y de hoy no es otra cosa más que la manifestación del resultado de la educación que haya recibido su pueblo. |