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A la Copa del Mundo la ganamos todos

Pasan las horas y la alegría no se va, todo es dicha y gracia para los argentinos. Pero el camino ha sido duro y nuestra voluntad, a través de Lionel Messi, hizo que la gloria tenga un valor especial: el de la victoria colectiva.

Llegó el lunes, el día después del Domingo de Gloria, de ese día en que las estrellas formaron una sola línea punteada en dirección a Qatar y le dieron a Lionel Messi el más merecido final. Una historia que supera cualquier intento de ficción: no hay forma de contarlo, no existen las palabras que puedan sostener el peso de lo real. Hemos despertado y no ha sido un sueño, tenemos la foto que más queríamos, la figurita que nadie quería incluir en el álbum por temor a cambiar el curso del destino.

¿Ganamos la Copa del Mundo? Sí, ganamos, todos y cada uno de nosotros, nosotras, nosotres. Los que miraron cada uno de los partidos, por más aburridos que fueran, hasta los que no pudieron zafar de mirar la final porque el contexto los obligaba, todos ganamos algo. “Perdimos y ganamos algo” dice Fito Páez en un tema suyo y conecto con todo lo que nos costó, emocionalmente y siendo argentinos, hasta física y económicamente. En esa misma canción, Fito canta “Rosario siempre estuvo cerca”, y agrega “la vida como viene, va. No hay merienda si no hay capitán”.

Él hablaba de Olmedo, de Piluso y de ese momento en donde el país se detenía para verlo y reir, disfrutar más allá de los dolores y penas que trae la vida consigo. Me voy a permitir reemplazar a Olmedo por otro rosarino, uno que también ha detenido no sólo al país, sino al mundo entero. Páez cuenta que cuando grababa El amor después del amor, paraban todo para ver al Capitán Piluso. Messi ha detenido el tiempo, ha detenido cualquier otra cosa que pudiera ocurrir en cada jugada, durante el último mes, sin tener la más mínima conciencia de todo esto. ¿Será capaz, alguna vez, de dimensionar lo que provoca en las personas con su pasión, con su amor por lo que hace? Sólo él puede saberlo, y siendo un tipo humilde de pocas palabras, quizá no lleguemos a saberlo nosotros.

Messi es la persona más querida en el mundo entero. Que tiene detractores, claro que los tiene, porque no habría manera de medir algo que se presenta como absoluto. En todo caso, esas excepciones confirman un sentimiento que excede idiomas, que abre Embajadas donde antes se habían cerrado, que detienen la xenofobia y hacen al abrazo sudaca, a la unión de todos los pueblos latinoamericanos. Pero tampoco es casual que el amor latino se traslade a las pasiones arábicas y africanas, donde la carencia y la desigualdad son ingredientes para la gambeta y la superación. Si hay algo para reivindicar en esta edición mundialista, es la fuerza con la que el Tercer Mundo se plantó ante el Primero. Como hincha me hubiera encantado una final con Marruecos, pero el relato pedía una revancha contra Francia y así fue.

De alguna forma, sabíamos que el jefe final de este extraño videojuego era Mbappé, con su gran equipo detrás y ese comentario que alguna vez se puso fuera de contexto pero que al fin y al cabo existió. ¿Por qué la historia quiso que ganemos nosotros? Por lo mismo que la Revolución Francesa cambió el paradigma alguna vez, por la construcción colectiva de la victoria. Ayer, mientras aguantaba la ansiedad antes de que el árbitro diese comienzo al partido, le dije a mi padre (con quien miré religiosamente todo el mundial) que si había un himno tan hermoso como el nuestro, era la Marsellesa. La vida es lucha, pienso; si no existiera el conflicto cómo podríamos saber lo que deseamos, lo que nos identifica, lo que nos hace fuertes y vulnerables. Lionel tuvo una vida muy argenta, plagada de momentos duros y de mucha magia en cada pelota jugada, un sabor triste y dulce en cada triunfo, el ingrediente de la melancolía y la nostalgia en cada título que obtuvo.

Para que Lionel pueda cumplir su sueño necesitaba que todos juguemos con él. Soy fanático de River sí, pero por primera vez en mi vida me pude abstraer de eso y bancar a los titulares que salían en cada partido. Todos perdimos y ganamos algo para llegar hasta acá, no era momento para generar divisiones. Disfrutar, Messi se propuso disfrutar y nosotros tomamos su consigna como si se tratara del primer mandamiento en la tabla. Memes, cábalas, conversaciones en el trabajo, en la escuela, en la calle, todo hablaba de cómo nos representan con humor, con astucia y con los bailes insólitos del Dibu en momentos donde cualquiera se hubiera caído desmayado. ¿Qué nos une a todos, qué hace humano a Lionel Messi? ¿Qué lo hace argentino como nosotros? No se trata solo de que cante con Los Palmeras y se coma absolutamente todas las eses por más que hace más de 15 años vive en Europa.

Un amigo me dijo en estos días previos a la culminación de la alegría, que éramos como ese tango que dice “primero hay que saber sufrir, después amar, después partir y al fin andar sin pensamiento”. Para poder andar así, como el Dibu, sin pensamiento, nos tocó pasarlas todas. Perder tres finales, como dice la canción de la Mosca reinventada, perder el temor a la ilusión, saber que el dolor es parte de todo este placer que hoy estamos viviendo. Messi lo pagó al precio, desde muy pequeño su historia de vida ha sido la nuestra, la de todo un país. En su relato es imposible no sentirse interpelado: “si a él le cuesta, cómo no nos va a costar a nosotros”. Y por eso la victoria es colectiva, todos hicimos nuestra parte para coronar a Lionel porque con él nos coronamos nosotros como país.

A todos nos atravesó este viaje, desde sus injusticias y contradicciones (porque Qatar sigue siendo lo que era), hasta sus momentos más increíbles como la absoluta localía de Argentina en la final. ¿Por qué ganamos nosotros? Por tomarlo todo, como una sopa. Emiliano Martínez reivindicó la terapia viniendo de un país conocido por la cantidad de profesionales de la salud mental que existen. No es casualidad que la crisis sea proporcional a la alegría, tampoco que luego de tanto padecer, tengamos semejante recompensa. ¿Qué nos hace argentinos? No bajar los brazos, no dejar de soñar y darle siempre un poco de gambeta a la jugada cotidiana. El ser argentino no sólo tiene que ver con resistir, con el aguante. Ser argentino es salir con una jugada maestra, con gracia, estética y fortuna, de entre los miles de obstáculos que la realidad nos pone enfrente. Así jugó Lionel Messi, desparramando jugadores toda su vida. Así lo hemos hecho siempre. Hoy tenemos lo que merecemos.